Tili, nuestra hija pequeña, tiene cinco años y ya ha pasado un total de diez noches ingresada en hospitales a lo largo de su corta existencia. Son diez noches más de lo que yo he pasado en mis casi cuarenta y siete. La última vez fue en invierno de 2021, en Villa la Angostura, en la Patagonia argentina. Igual que hace un par de semanas, aquella vez ingresó con hipoxemia, que es el nombre que se le da a la condición médica caracterizada por un nivel anormalmente bajo de oxígeno en sangre. Estaba saturando por debajo del 85%, cuando una persona en plenas facultades satura entre el 95 y el 100%. Le abrieron una vía en la mano, le pusieron oxígeno y empezaron a hacerle pruebas para ver qué estaba causando ese contratiempo.
Sin ser yo médico, parece que la parte más vulnerable de Tili es su sistema respiratorio y nada nos asegura que no vuelva a ocurrir. Entró un domingo y salimos el viernes siguiente por la mañana. Estuvimos todo ese tiempo en aislamiento, por si era contagioso. Ninguna queja, salvo que es imposible dormir más de dos horas seguidas en un hospital, da igual en qué país te encuentres. Nos trataron bien, la comida estaba buena y funcionaba el wi-fi.
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