Me gusta ver cómo Aurora empieza a desarrollar su propio sentido del humor. Estoy posicionado para hacer una foto que puede ser interesante, casi tocando el agua de la gran charca del Stadtpark y de pronto, zas, aparece con una mueca deliciosa, sabiéndose protagonista. Y me río con ella y nos convertimos en dos payasos durante unos segundos, y supongo que es justo en ese instante cuando soy lo que aspiro a ser cada día: un padre con quien reírse. Porque en la risa –en la nuestra, al menos– conviven amontonados el amor, la intimidad, la admiración y la supervivencia. Mi objetivo es pequeño: asegurar que en esta casa nunca falte amor, dignidad, comida y risa.
Llega el verano a Hamburgo. El termómetro lleva dos días subiendo por encima de los veinticinco grados y el sol del norte pica como el papel de lija, después de una secuencia continuada de veintiún días con lluvia intermitente. Está jugando Turquía y mi compañero de oficina está en el estadio apoyando a su selección. Me gusta imaginármelo con toda la parafernalia encima. Se llama Kaan pero no sé cómo se deletrea su apellido. Lo tengo puesto sin sonido por si le veo entre el público. Acaba de empatar la República Checa pero están comprobando el gol. Si no sabes qué partido ver, elige uno donde se enfrenten dos equipos que no sean buenos, porque hay mucha más emoción en la disputa y porque hay que estar siempre en contra de la máxima calidad, sobre todo en los deportes. ¿Qué se aprende de alguien que sabes que va a ganar, pase lo que pase? ¿Qué tiene que ver eso con la vida? No quiero ver estrellas celebrando nada, quiero ver a personas intentándolo; quiero ser testigo de los fallos porque, como dice Ani Difranco, “When there’s nothing, there’s always the possibility of something”.
Me mola mucho este formato 👍🏽