Señales de vida #11
Las migas de la tostadora. Dos horas remando son suficientes para dejarme al borde de la paraplejía. Bad Religion en la mejor sala de Hamburgo. Una bandera de Inglaterra en el barrio
Lunes, 8 de julio. Trabajo desde casa y, por seguir con el reto, me pongo tres discos de los que nadie menciona cuando te dice que es fan de los Rolling Stones: Some Girls (Universal, 1978), Emotional Rescue (Universal, 1980) y Dirty Work (Virgin, 1986). Me resulta incomprensible que esté escuchando por primera vez esta época de los Stones, en la que Mick Jagger ya vivía en Nueva York y su música, por contagio, empezó a sonar un poco a Talking Heads y otro poco a la escena disco de Studio 54. ¿Cuántos Rolling Stones se esconden en los Rolling Stones? ¿Por qué todos los recopilatorios que hay de la banda inciden en las mismas canciones cuando podrían estar reventando cabezas solo con temas que nadie conoce?
Martes, 9 de julio. Acabo de vender una caja de Slayer que llevaba conmigo desde 2003 y que, con la mano en el corazón, nunca la había escuchado. Lleva hasta una bandera con una cruz invertida y un logo tan nazi que haría sonrojar a un nazi. Pertenece a mi época de Universal. No me costó nada y ahora un holandés me ha pagado 115€ por ella en Discogs. Ya está viajando hacia su casa. Espero que la disfrute.
Miércoles, 10 de julio. Los miércoles ensayamos The Secret Society. Como en esta nueva etapa no tenemos batería, podemos ensayar en el salón de casa, lo que hace todo mucho más cómodo. Cuando llega Klas ya tengo todo montado: equipo de sonido, monitores, micros, sintes, etc. Mi vecino de 78 años y una sordera evidente, hace que todo sea más sencillo. Como tres horas tocando me saben a poco, dedico mis últimas fuerzas a ensayar una versión diferente de Thunder Road de Bruce Springsteen al piano que alguna vez grabaré en el cuatro pistas
Jueves, 11 de julio. Parece verano y cuando termino de trabajar agarro la tabla de SUP –Stand Up Paddle, para quien no maneje la nomenclatura– y me lanzo a los canales. Remo durante dos horas y llego a casa al borde de la paraplejía. Todavía no lo sé, pero me pasaré las siguientes 48 horas con la misma movilidad que un muñeco de Playmobil. Me parece increíble que esta sea mi casa, que estos canales sean mi nuevo mapa sentimental, que las chicas puedan construir desde pequeñas una relación con esta clase de actividades, tan ajenas a la vida en Madrid. Mi nuevo objetivo es recorrerme toda la ciudad remando, no necesariamente el mismo día.
Viernes, 12 de julio. Bad Religion están en la ciudad y yo tengo entrada para verles, pero antes tenemos la función de fin de curso de ballet de Aurora y Tili. Imagina por un momento la pulcritud y la disciplina del ballet clásico, la elasticidad, la brillantez, la tensión. Imagínate la sincronía de los cuerpos al compás de una música centenaria. Bien, pues lo de mis hijas es lo opuesto a eso. En el segundo acto salen vestidas de caballos astronautas y doy por bien invertidos los 52€ al mes que nos cuesta por niña.
Todavía con la imagen de Tili moviendo la cola negra de caballo pegada a un mono elástico plateado que no sé de dónde ha salido ni de si se lo podrá llevar a casa para reírnos los próximos meses, me cuelo sin querer en la cola de entrada a la sala Docks. Bueno, “sin querer”. Consigo el objetivo de ponerme tan cerca del escenario como me sea posible y en el primer acorde de Recipe For Hate, ya estoy agarrado a la barricada, justo delante de Brian Baker. Me paso las 25 canciones sonriendo y cantando y levantando el puño y coleccionando sudores ajenos. Vuelvo a casa feliz, ligero, intentando recordar cuántas veces y dónde les he visto desde aquella primera vez en Madrid en 1994.
Domingo, 14 de julio. El vecino que vive unos números más abajo y que puso la bandera de Alemania a media asta cuando España les derrotó en cuartos de final, ha izado la bandera de Inglaterra para el partido de esta noche. Si hace unos días pensaba que era un gilipollas, ahora estoy convencido de que es el tipo más gracioso del barrio y me encantaría conocerle.