Me gusta mucho la fórmula inventada que estipula que COMEDIA = DRAMA + TIEMPO. La he escuchado muchas veces de diferentes voces y no pierde fuerza, quizás porque es verdad. No soy ajeno a ciertas ideas que se tienen de mí y quizás la más injusta es que soy un tipo triste y sombrío, siempre caminando bajo una nube negra. Quizás titular mis discos como Los chicos tristes bailan cuando nadie los ve (Sad Boys Dance When No One’s Watching), Me estoy convirtiendo en lo que más odio (I Am Becoming What I Hate The Most) o Peores cosas pasan en el mar, haya ayudado a promover esa idea —quién lo iba a pensar—.
Entré a trabajar en Universal Music en verano de 2002 de la manera más casual: necesitaban a alguien para llevar un departamento llamado Import Music Service y aparecí yo de la mano de un tipo que trabajaba (y espero que siga trabajando) allí, José Antonio Alfonso, un mítico de la escena zaragozana del hardcore punk como miembro de Zambombo Producciones. Mi primer jefe era un figura: Alejandro López. Un cubano de Cienfuegos que ocupaba el puesto de director de ventas. Un caradura de la vieja escuela: comidas de 4 horas, puros, lengua de trapo al final del día y sensación de descontrol absoluto. Pero ahí estaba, con coche de empresa y cobrando un sueldo de puta madre, supongo que porque algo hacía bien, aunque fuera no estorbar. Entendí a la primera que mi principal función era no darle problemas. ¿Cómo iba a conseguirlo? Manteniendo un perfil bajo, que los resultados respaldaran mi trabajo y no compitiendo con él. Si no sabes cómo funciona un corral, no sabes cómo funciona una empresa.
Todo fue bien y al cabo de un año y pico me ofrecieron un puesto mejor en otro departamento: Jefe de Producto Internacional. A todo esto, yo no había cumplido 25 años. Mi jefa pasó a ser Alicia Arauzo, actual co-directora general del sello y en ese momento directora de marketing internacional. Ahí la cosa ya no iba de mantener un perfil bajo sino de trabajar a mucha intensidad durante jornadas largas, lidiar con artistas como Gwen Stefani, Enrique Iglesias, t.A.t.U., Nine Inch Nails, Eminem, U2 o The Cranberries y entregar a tiempo lo que pedían. Todo esto sin plataformas de streaming, sin smartphones, sin las herramientas que se utilizan ahora para medir. Era un mundo offline que miraba muy de reojo al mundo online. La presión, por supuesto, también era offline.
El verano de 2005 fue complicado: la chica con la que salía y de la que estaba enamorado me dejó por primera vez (vendrían luego muchas más hasta finales de 2009); el primer disco de The Secret Society estaba grabado pero Acuarela no había hecho el último pago a Estudio Brazil, de modo que Javier Ortiz, con buen criterio, no soltaba el master; Black Eyed Peas estaban despuntando en todo el mundo con Don’t Funk With My Heart y yo era el responsable de la banda en España, lo que incluyó una visita a Operación Triunfo el 1 de septiembre que empezó siendo un lío y terminó siendo un infierno —un avión privado, el hotel más lujoso de Barcelona, una factura de miles de euros por pagar y dos departamentos discutiendo para determinar a quién correspondía su abono— y, como guinda, una visita de promo de t.A.t.U., también en Barcelona, donde se percibía tanta desidia entre los periodistas convocados como en las artistas. A veces pasa.
Pero el verano todavía tenía una sorpresa para mí: la convención de ventas anual de Universal, el lugar donde los diferentes departamentos de marketing de la compañía presentaban las novedades más importantes para el siguiente curso y trataban de contagiar ilusión a un equipo de agentes comerciales que estaban más quemados que el cenicero de un bingo para que pudieran ir a sus clientes —desde pequeñas tiendas independientes que ya empezaban a desaparecer hasta grandes superficies donde las ventas se habían desplomado— con alguna alegría a la que agarrarse ambos. Para todo esto se había reservado un salón inmenso en el Hotel Mirasierra Suites, en la parte acomodada del norte de Madrid. Nos dimos cita más de cien personas, había un escenario con pantalla trasera de leds y la sensación que se respiraba era la de los eventos corporativos importantes. Como sucede en estos casos, había una escaleta establecida: primero hablaría Jesús López, presidente de Universal Music LATAM y Península Ibérica, que había venido de Miami para la ocasión, seguido de Marcelo Castello Branco, presidente de Universal en España, que reportaba a López. Después de ellos, hablaríamos los miembros del departamento de internacional en un orden que no sé quién eligió, pero que no me benefició demasiado. Alicia Arauzo, nuestra directora, no había podido asistir por estar en otra reunión de directores fuera del país. De haber estado, estoy seguro de que no hubiera pasado lo que pasó.
El discurso de Jesús López se basó en señalar que el futuro de la música comercial residía en la música urbana y que teníamos que deshacernos de los artistas que no encajaban en ese patrón —fun fact: esa noche tocaba Juanes, artista del sello, en el Palacio de Deportes con todo vendido—. Lo dijo con palabras gruesas, su acento gallego cerrado y la sensación de padre estricto que solían tener los hombres con más poder dentro de este tipo de organizaciones (y que no abandonan cuando salen de ellas, como le pasó a Carlos Ituiño o a José María Cámara). Marcelo Castello Branco corroboró todo lo dicho por el anterior, quizás con otro tono, pero también con una actitud severa que, entendí, es la que tenía que poner con su jefe presente. Él no era así.
Cuando me tocó salir ya tenía el cerebro frito de tanto discurso motivacional y beligerante y, contra todo pronóstico, decidí que era buen momento para mi primer y único monólogo de comedia hasta la fecha. Con el micro en la mano y la audiencia expectante, empecé a repasar, uno por uno, los artistas de mi negociado añadiendo comentarios fuera del guión que entendí que podrían ayudar a relajar el tono tan de convención de ventas que estaba teniendo (sorpresa) esa convención de ventas. Un ejemplo: foto de Black Eyed Peas en la trasera y yo, en lugar de hablar de las buenas ventas que llevábamos en España, me centré en destacar el desastre que fue su visita a Barcelona, la mala relación que tenía Will.i.am con Fergie o las facturas impagadas del Gran Hotel La Florida de Barcelona, haciendo mención especial al departamento financiero, que no acabó sentando bien a su director allí presente (ya no recuerdo su nombre). Cuando hablé de t.A.t.U. la cosa no mejoró: no solo señalé que eran un fiasco comercial en nuestro territorio, sino que el proyecto era un fraude, ya que Lena Katina y Julia Volkova no eran pareja y ni tan siquiera eran lesbianas. Se escucharon algunas risas.
De pronto, una voz desde el público que reconocí al instante:
—Perdona un momento pero ¿dónde queremos llegar con esto?
—Estoy presentando mis artistas de forma realista, que creo que es lo que le falta a esta convención.
—Ya veo… ¿y qué propones?
—Nada, es que creo que lo de la música urbana es una estrategia que quizás no aplique a todos los territorios.
—Ya, pero es que resulta que tú no eres el presidente de Universal.
—Eso es verdad, todavía no.
Un silencio incrédulo se apoderó de la sala. Luego los murmullos. Ya no había risas. Borja Prieto me miraba perplejo mientras decía en voz baja: “Eres gilipollas”. Esto fue un jueves. El lunes estaba despedido.
Gracias Pepo. Me he reído un montón, y me he visto reflejada en alguna cosa. En la vida a veces hay que ser tonto porque los demás son gilipollas.
Abrazo grande!
Grande!