Hace unas semanas compartí en este mismo rincón de internet una historia que tuvo un impacto inesperado. Se llamaba Perder a una amiga y en ella hablaba de alguien que existe pero sin ninguna expectativa de que esa persona lo leyera. Si lo pongo por escrito quizás me ayude a transitar la pérdida, pensé. Me sentó bien elaborar ese texto, ordenar mis pensamientos, lanzar un perdón al viento y volver a pensar en ella.
El sábado, mientras terminaba de cocinar una tortilla que habría de llevar a la celebración familiar del Fuego de Pascua a petición de mis sobrinos, llegó el mensaje que puedes leer sobre estas líneas. Tardé menos de diez segundos en leerlo y llevo desde entonces con una sensación de alivio que me resulta ajena pero maravillosa.
Quizás no esté todo perdido. Quizás escribir tiene una utilidad más allá de transformar el espacio vacío. Quizás esta amistad es más importante de lo que pensaba. Al menos, hasta el siguiente tropiezo.
Existe un hueco vacío donde tú estabas.
Qué manera de volver, la madre que la parió.
Cuánto me alegro de que lo leyera!