¿Qué demonios está pasando en España?
Un desastre natural amenaza con llevarse por delante mucho más que cientos de vidas humanas: estamos asistiendo al empujón definitivo que necesitaban la ultraderecha para dominar el relato.
Como cualquiera que lea estas líneas, llevo días tratando de asimilar la información que llega por todos los frentes posibles de lo ocurrido en Valencia. Atónito a ratos, enfadado y triste la mayor parte del tiempo, no soy capaz de escapar a la tromba de datos, columnas de opinión, vídeos, bulos y artículos de todas las posturas ideológicas, mientras intento explicarme a mí mismo qué es lo que está pasando en España. Lo último, de hace un rato: Pedro Sánchez, Felipe VI y Letizia, huyendo de la zona cero de la catástrofe para evitar un linchamiento popular que, esta vez sí, parecía cierto. Y la única pregunta que se me ocurre es: ¿Cómo puede ser que a alguien le pareciera oportuno realizar esa visita justo en este momento? ¿Cómo puede ser que alguien validara esta idea de locos? ¿Hay alguien al mando de algo?
No pretendo ser el más listo de internet y soy del todo consciente de mi pequeñez: un español de mediana edad viviendo en Alemania, con dos hijas, un trabajo random y un hobby que consiste en escribir canciones de amor y rabia que no consiguen salir de un círculo muy pequeño. Sin embargo, siempre he sabido unir la línea de puntos y creo que sé anticiparme a algunas cosas, en especial cuando no tienen que ver con mis propios sentimientos. Quizás por eso, y por la tranquilidad que otorga observar las cosas desde lejos y sin más necesidad que la de entender, me atrevo a escribir sobre lo que creo que va a ocurrir en las próximas semanas en el terreno de la política española.
El contexto.
Por un lado, la izquierda a la izquierda del PSOE (con todos los matices que queramos poner a esta denominación) está fuera de juego, aniquilada temporalmente y quién sabe si de forma definitiva, por culpa de una de las personas que la llevó hasta ahí: Íñigo Errejón. Ese es el problema que acontece cuando las personas son más importantes que los movimientos o, como en el caso de Sumar y Más Madrid, cuando el movimiento no es más que una invención, porque no ha existido nunca tal cosa. Sumar y Más Madrid son un constructo y es ahora, en esta crisis, cuando más se evidencia.
Por otro lado, la corriente negacionista que viene gestándose desde la pandemia y que, en el caso de la Comunitat Valenciana, ha conseguido llegar al poder con toda la fuerza que da el lawfare –lo de Mónica Oltra–, el dinero de empresas que hacen todo lo posible por pagar lo mínimo al fisco y a los trabajadores y trabajadoras (no sé, Mercadona, por ejemplo) y la seguridad de saberse los dueños de la terreta desde siempre. Conviene leer esta magnífica columna de Emma Zafón en El Salto para entenderlo mejor.
Y, por último, con un Gobierno cuya prioridad, presuntamente, ha sido observar cómo el subnormal de Feijóo y el tonto de Mazón se hundían en su propia incompetencia, antes de dar un paso al frente y asumir el liderazgo ante la urgencia y la gravedad de una situación inédita, con miles de personas desaparecidas y decenas de miles afectadas, en un terreno hostil a todos los niveles –geográfico y también político–. Y puede que no, pero parece que, en lugar de las necesidades de la población, en la cabeza de Sánchez ha primado más el miedo a ser censurado que la determinación a poner a disposición todas las herramientas disponibles; el electoralismo antes que la emergencia; lo suyo antes que lo de todos. Hace falta ser estúpido.
Por si esto fuera poco –y como siempre ocurre cuando en el campo muere una vaca–, los carroñeros de turno (Alvise, Vito Quiles, Noviembre Nacional y todos los grupos de ultraderechistas que poco a poco van creciendo a espaldas del sistema) han sabido leer a la perfección la jugada y se han movilizado utilizando lemas con un profundo calado social, cuando no abiertamente socialistas (a su pesar): “Sólo el pueblo salva al pueblo”. Vete tú ahora a decirle a la gente de Sedaví que no se equivoquen, que esa gente no quiere lo mejor para ellos y que son sólo unos oportunistas. Ve ahora si te atreves. Por supuesto, todo acompañado con una buena ración de bulos, racismo, xenofobia y el habitual vocabulario denigrante que se ha normalizado, ya no sólo en redes, sino en medios de comunicación con una larga trayectoria. Sin novedad en ese frente, tampoco.
El durante.
No encuentro un eufemismo que se ajuste mejor a la situación que el de tormenta perfecta. Porque, dejando a un lado el hecho meteorológico y la devastación, explicada al milímetro por quienes deben hacerlo (expertas y expertos), todo lo que podía fallar, ha fallado: viviendas construidas en zonas inundables (capitalismo urbanístico); negacionismo institucional (alerta tardía, cuando ya la gente se estaba ahogando, desoyendo intencionadamente a la AEMET); la clase trabajadora, la que pone los muertos (obligados a permanecer en su puesto pese a la alerta roja) y agua por todos los lados. Agua hasta en el último hueco del corazón. Y de pronto, cuando todo parecía indicar que España es un país moderno, con sus fallos pero con cierta tendencia positiva, cierto orgullo renovado después de una época complicada, falla lo más esencial: la ayuda a quien lo necesita. ¿Quién dirige qué? ¿Por qué durante días no se ha visto la presencia del Estado –recordatorio: las Comunidades Autónomas son también el Estado– en las zonas donde más urgía? ¿Qué significa eso de que helicópteros de Andalucía se han tenido que dar la vuelta hartos de esperar órdenes precisas? ¿Qué significa que bomberos de Bilbao han sido retenidos en su base hasta tres veces cuando ya tenían todo listo para salir a ayudar? ¿Qué significa que bomberos de Catalunya se tuvieran que dar la vuelta porque no había coordinación? ¿Por qué sólo hay ciudadanas y ciudadanos actuando sobre un terreno devastado, con más intención que conocimiento, intentando organizarse para, como puedan, salvar lo poco que queda? ¿Qué está pasando allí y qué está pasando en España?
Son muchas preguntas y las respuestas no parecen cómodas. Pero vayamos a la evidencia, a lo que sabemos: el PSOE y el PP están sumidos en una batalla electoral en el único momento en el que debían estar colaborando para solucionar una situación indeseable para todos. Y la única explicación válida que se me ocurre es la de siempre: el PSOE y el PP son, en esencia, lo mismo. El mismo modelo de coche pero distinto acabado en la pintura. Si a ti te sirve agarrarte al clavo ardiendo de los derechos sociales –sí, lo del matrimonio LGTB; sí, lo del aborto– frente a los principios que comparten, bien por ti. Y son lo mismo porque defienden lo mismo: el capitalismo que, en esencia, es el ángulo con el que se debe analizar todo lo que ha ocurrido y está ocurriendo al sur de Valencia. Porque hay que recordar que ha sucedido algo inevitable (la lluvia, el desbordamiento, el desastre) y algo evitable: la muerte de ¿miles? de personas. Y estas muertes únicamente se explican desde el ángulo capitalista y político, nos guste o no.
La torpeza de la Corona y de la Presidencia del Gobierno de acudir a la zona cero justo hoy, cuando todavía no se habían cubierto los mínimos indispensables que tranquilizaran a la gente, cuando todavía hay miles de cadáveres bajo el fango, cuando escasea la comida, el agua, los productos más básicos para las familias que lo han perdido todo, sólo se explica por la desconexión irreparable entre dos realidades: la que sucede y la que la clase política piensa que sucede. Un fallo de cálculo que ha podido costarles la vida. Nunca he visto algo semejante. Y esto es lo más terrorífico de todo: que una vez hemos cruzado esa línea, no hay vuelta atrás. Hoy ha cambiado algo en España. Ha cambiado algo para siempre.
El post-.
Desde hace meses formo parte –con nombre falso y sin participar– de los grupos de Telegram de Alvise Pérez, Vito Quiles, Pugilato y Alt. Right España. Todos los días, sin interrupción, recibo mensajes que basculan entre el racismo, el nazismo y la locura, a cargo de hombres (masculino, plural) con una visión del mundo que me resulta peligrosa y extraña a partes iguales. Y esta observación no participante me ha llevado a algunas conclusiones que, si nada lo remedia, pronto darán el salto a la realidad política nacional: la primera es que cada día son más y la segunda es que cada día están más enfadados. Modelan el relato a su gusto y, si bien es cierto que los anteriormente mencionados atesoran deficiencias conductuales de manual, no estoy del todo seguro de que los cientos de miles de personas que los siguen y se los creen sean todos como ellos. La gente está harta y esta ultraderecha antisistema está sabiendo canalizar ese descontento. Si mañana hubiera elecciones, España correría el riesgo de caer en manos de gente peligrosa y no habría ningún mecanismo legal para impedirlo.
Citando a otro lunático llamado Michel Houllebecq en su poemario Renacimiento (Acuarela Libros, 2001), “el mundo está ahí y es tal como parece”. Todas las señales son las que son y es nuestra obligación entenderlas. Y España, hoy más que ayer, se aproxima peligrosamente a un desastre todavía más grande que la DANA de la semana pasada: su propia autodestrucción como país vivible, amable, solidario y con futuro. Y no estoy seguro de que estemos a tiempo de remediarlo.
Qué desolación 😞