Los aguacates mágicos
A veces hay que alterar la realidad para que todo encaje y depende de nosotros que sea cómico o trágico. En mi caso, siempre trato de que suceda lo primero.
A principios de verano –que desde que vivo en Hamburgo no sé muy bien dónde situarlo, porque en junio seguíamos abrigadas, aunque es cierto que este año hemos alcanzado temperaturas de 31 grados cuatro o cinco días señalados y he visto a gente volviéndose un poco loca por este motivo– plantamos un par de aguacates en las dos macetas que tienes en la foto y los pusimos en la terraza para favorecer su exposición al sol (un sol que puede ausentarse durante semanas en el norte de Europa). No tenía ninguna esperanza de que aquello prosperase, pero quien tenga hijas/hijos/hijes/hijis/hijus en edad de fliparlo con cualquier cosa que suceda en la Naturaleza –en nuestro caso, 6 y 4 años y medio– sabe que lo importante no es el resultado sino el proceso. De modo que me pareció bien añadir un nuevo hábito en su vida: cuidar de sus aguacates.
Como en esta casa somos un poco impacientes, decidí saltarme el paso de meter en agua los huesos durante 20 o 30 días para que echasen raíces, entendiendo que reducía casi al mínimo las posibilidades de que el experimento saliera bien. Al haberlos enterrado directamente, cuidarlos se convirtió casi en una cuestión de fe: durante semanas echaban agua a dos tiestos donde no había más que tierra y de los que no salía nada. Teniendo en cuenta que el cultivo de aguacate requiere de un clima tropical, con mucha humedad en el ambiente, un suelo entre los 20 y los 28 grados y temperaturas medias sin grandes diferencias entre el día y la noche, lo más probable era que al final del verano diéramos por concluido el asunto y pasáramos a otra cosa sin sacar demasiadas conclusiones. Pero resulta que la vida siempre se abre paso y, si bien en el pote de Aurora crecieron unos tréboles que, si me preguntas, me parecen maravillosos, en el de Tili germinó el aguacate y empezó a crecer una planta talluda y elegante, al que le han salido unas hojas preciosas. La promesa de la siembra se había hecho real. Sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que la botánica estropeara mi constante intención igualitaria, así que cuando Aurora me preguntó qué significaba que su planta fuera diferente a la de Tili, contesté:
–Es porque cada una ha plantado un tipo de aguacate diferente.
–¡Ah, como cuando comemos una uva morada y una uva verde, que son diferentes pero son uvas!–, dijo Aurora después de procesarlo.
–Exactamente–, concluí intentando entender cómo iba a salir de esta.
Mientras escribo estas líneas estoy volviendo a casa después de comprar dos aguacates, uno más verde y otro más morado. Voy a enterrarlos parcialmente en las macetas mientras las chicas están en el cole. Vamos a saltarnos otro paso más, todo sea por la ilusión y el espectáculo; así, cuando mañana repitamos la rutina del riego y descubran que hay algo asomando en cada tiesto, celebraremos que tanto cuidado ha merecido la pena, justo antes de que el otoño certifique la defunción de ambas plantas y me obligue a explicarles por qué el proyecto de hacer crecer aguacates en Hamburgo estaba destinado al fracaso. Compartiré fotos de la pantomima, descuida.
Maravilla ☺️