Contra la pureza
¿Qué tienen en común el sionismo radical de Netanyahu, el hardcore straight-edge, la izquierda pabloiglesista, un fan de Quique González o el nacionalismo racista?
La necesidad humana de construir una identidad social está de sobra demostrada y documentada en múltiples estudios sociológicos llevados a cabo en diferentes momentos de la historia. Hay una anécdota increíble que explica a la perfección este comportamiento: durante las pausas para comer en el rodaje de El planeta de los simios de 1968, los extras, de manera espontánea, se sentaban en mesas separadas, agrupados en monos o gorilas dependiendo del disfraz que les hubiera sido asignado. Esta “segregación instintiva” sorprendió al propio Charlon Heston. Años más tarde, cuando se rodó la secuela, los extras volvieron a hacer exactamente lo mismo.
I.
¿Cuántas veces has escuchado a alguien decir de forma tajante, casi con enfado, eso de: “Esto no es rock. Que lo llamen como quieran, pero que no lo llamen rock”? ¿Y no se parece esto a ese mantra que sigue tan vigente entre los recatados miembros del conservadurismo español y mundial que dice: “Que lo llamen como quieran pero que no le digan matrimonio”?
Acompáñame al diccionario de la RAE:
La representación del mito de la pureza en el plano de lo real puede tener múltiples formas: puede ser Netanyahu masacrando palestinos en nombre del Estado de Israel; puede ser Pablo Iglesias en Canal Red diciendo qué es y qué no es la izquierda; puede ser un colectivo straight-edge; puede ser un fan del ruockandruoll hablando mierda del reggaetón; puede ser Santiago Abascal hablando sobre el imperio español; puede ser un flipado –suelen ser varones, cómo no– pegándote la chapa sobre la calidad del sonido que desprende su equipo hi-fi por el que ha pagado lo mismo que costarían todos los años de carrera de la hija que no tiene porque no ha encontrado a nadie que pueda soportar pasar más de unas semanas conviviendo con semejante gilipollas. ¿Entiendes por dónde voy?
Por supuesto, tengo malas noticias para los guardianes de las esencias: la pureza es un concepto subjetivo de puertas para afuera de un laboratorio. En química, un material puro se refiere a una sustancia que tiene una composición homogénea y propiedades constantes en toda la muestra. Estos materiales pueden clasificarse en dos categorías principales: elementos y compuestos.
Elementos: Son sustancias puras que consisten en un solo tipo de átomo. No pueden descomponerse en sustancias más simples por métodos químicos ordinarios. Los elementos se encuentran en la tabla periódica y ejemplos incluyen el oxígeno (O), el oro (Au), el hierro (Fe) y el carbono (C).
Compuestos: Son sustancias puras formadas por la unión de dos o más elementos en proporciones fijas y mediante enlaces químicos. Los compuestos tienen propiedades químicas y físicas distintas de los elementos que los componen. Ejemplos comunes de compuestos incluyen el agua (H2O), el dióxido de carbono (CO2), el cloruro de sodio (sal de mesa, NaCl) y el ácido sulfúrico (H2SO4).
Un material puro tiene un punto de fusión y ebullición definido y específico, a diferencia de las mezclas, que pueden tener rangos de puntos de fusión y ebullición debido a la presencia de múltiples sustancias con diferentes propiedades. La pureza de un material se puede determinar mediante técnicas analíticas como la cromatografía, la espectroscopía o el análisis térmico. Sin embargo, y esto es lo gracioso, la ciencia admite que “la pureza absoluta no puede alcanzarse en sí”.
II.
La identidad es un constructo subjetivo, inventado. Piensa en qué es lo que te define, más allá de haber nacido en un determinado lugar, tener los ojos de determinado color o pertenecer a una determinada raza. Nuestro concepto de identidad viene dado por nuestra pertenencia a un grupo social. Según Henri Tajfel, la identidad social es el vínculo que nos une a un grupo de personas afines y que, en reciprocidad, tiene ese grupo con nosotros. Es lo que nos hace poner una bandera en la ventana de casa –los que la pongan, quiero decir–, vestir una camiseta de un determinado artista o incluso tatuarnos. De esta manera mandamos un mensaje a nuestro grupo de que valoramos nuestra pertenencia al mismo y que, además, somos de fiar. Tal es nuestra necesidad de compartir nuestra identidad social que somos capaces de inventarla de la nada. Hay incontables experimentos sociales donde se asignan identidades a personas tirando una moneda al aire y, dependiendo de si sale cara o sale cruz, un grupo defenderá unos valores y el otro los valores contrarios. Los resultados muestran que los participantes de ese juego muestran más empatía y generosidad con los compañeros asignados al azar que con los otros, incluso sabiendo que se trata de un ejercicio sin importancia. En eso se basan también los programas de debate de las televisiones.
Te voy a dar otro dato flipante: esta identidad social está consolidada, además, por los prejuicios. Es decir que somos lo que somos por lo que odiamos del resto. Sabiendo esto, una persona con capacidad de liderazgo tan sólo tiene que agitar entre los suyos el miedo “a los otros” para conseguir repercusión. En esto y no en otra cosa se basan los algoritmos de las redes sociales. Ya sé que puede parecer increíble, pero no lo es. Te recomiendo este libro, por si quieres saber más del asunto:
III.
Resulta curioso que en un mundo donde no existe la pureza, donde todos somos producto de muchas cosas y donde la identidad es un invento, los discursos que más emociones despiertan y más movilizan sean, precisamente, los discursos identitarios. Como siempre, no es que me quiera poner marxista, pero esto se entiende mucho mejor si atendemos a quién sale ganando al movilizar estas emociones, es decir, quién se enriquece. Y resulta curioso comprobar, por ejemplo, cómo un partido como VOX no es más que una cortina de humo, una herramienta para cubrir un hueco a la derecha del PP con la que se están enriqueciendo algunas personas sin dar palo al agua; igual de curioso que cualquier guerra en la que participe Estados Unidos, cuya defensa de la “libertad” y la “democracia” no es más que la manera que tienen de referirse al “negocio multimillonario de vender armas a los países que luego invaden para venderles más tarde su reconstrucción”; en la misma línea, Canal Red no es más que un proyecto de todo un ex-vicepresidente del Gobierno para, en nombre de la pureza de la izquierda, poder sacarse un sueldo. Puedo entender hasta qué punto es decepcionante que nadie de los que pensamos que ostentan valores sagrados sean mucho más que meros agentes comerciales pero, amiga, este es el juego de la identidad y las reglas no las puse yo.
Por eso desde aquí quiero hacer un llamamiento: dejemos de asignar a la pureza unos valores que no tiene. Abandonemos para siempre esa idea rectilínea, inamovible, de que sólo lo puro es bueno porque nada sucede sin la mezcla. Nada. Nada existe sin una combinación determinada de elementos y da igual que hablemos de la vida humana, de la música que nos gusta, de la ideología o de la comida. La mezcla es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí y la mezcla es la única escalera que tenemos disponible para escapar del incendio.
* Mencioné a Quique González en el subtítulo con la única intención de pegar este vídeo aquí. Menuda canción, la madre que lo parió.
"[...] la pureza es un concepto subjetivo de puertas para afuera de un laboratorio."
Me ha hecho cosquillitas en el cerebro.