Algunas ideas sencillas para actuar contra la nueva realidad fascista que amenaza con cambiar nuestras vidas
El futuro más inmediato no admite equidistancias: o estás contra la corriente regresiva, magufa y dislocada que está ganando posiciones en el presente, o estás a favor.
Como cualquier seguidor de Quieto Todo El Mundo, el podcast de humor y política que producen de manera independiente Facu Díaz y Miguel Maldonado, me vi afectado por la ausencia de nuevos episodios durante dos semanas que se hicieron raras y largas. En redes sociales, Díaz optó por la contención: se cancelaban todas las grabaciones programadas en el Teatro Pavón y pronto tendríamos más noticias. De todas las opciones que barajé al leer el aviso, nunca hubiera imaginado el motivo real.
En mi cabeza, el Teatro Pavón era un espacio seguro, libre de sospechas: situado en la frontera entre La Latina y Lavapiés, dos de los barrios tradicionalmente más populares de Madrid, atrae a una clientela de late treintaañerxs to early cincuentonxs con cierto poder adquisitivo y una idea muy disfrutona de sí mismxs que, en esencia, no representa al usuario típico de este fascismo 2.0. Los datos que arrojan las últimas elecciones locales de 2023 en Madrid avalan esta idea: el 65% de las papeletas fueron a parar a algún partido de izquierdas (Podemos, Sumar y PSOE. Perdón por incluir a este último en lo de “partido de izquierdas”, pero así lo consideran a fines estadísticos).
Desconozco la situación empresarial del Pavón y si existe una necesidad económica de albergar reuniones de propuestas magufas y pro-franquistas como Terra Ignota en paralelo a conciertos, obras de teatro y demás propuestas culturales que representan la antítesis de lo que es ese grupúsculo conspiracionista, pero estoy seguro de que, de ser ese el problema, había una manera más decente de conseguir el dinero.
Quedarse en esta anécdota nos alejaría de la verdadera razón detrás de todo esto: la estrategia de la extrema derecha de apropiarse de los espacios que tradicionalmente correspondían a la izquierda. Hace apenas 14 horas –me sorprenden cada vez los ejemplos de mente colmena a los que asisto a diario–, los periodistas Guillermo Hormigo y Luís de la Cruz han publicado un artículo en eldiario.es hablando precisamente de esta estrategia y de los motivos que empujan a la extrema derecha a llevarla a cabo, así que no lo voy ni tan siquiera a parafrasear. Lo puedes leer aquí.
España es un país en el que Madrid tiene un peso emocional y simbólico mucho mayor que el que le debería corresponder, pero sería ridículo negarlo. Lo que pasa en Madrid acaba afectando en Murcia, en Loja, en Gijón o en Burgos. Por eso no existe una sola batalla política que no tenga su epicentro en Madrid, incluso en los años de ETA y en el peak del procés. Por no hablar del dinero, de los grupos de presión, los tejemanejes policiales y, en general, la corrupción. Madrid, Madrid, Madrid. Me cago en Madrid, la verdad.
¿Y qué se puede hacer contra todo esto?
La respuesta más fácil sería: nada. No es cuestión de pesimismo, es cuestión de saber leer la realidad: esta tendencia que se está materializando ahora es el resultado de años y años de políticas neoliberales, de recortes en educación, de reírle las gracias a las personas equivocadas, de tolerar lo que era intolerable en nombre de la tolerancia, de la corrupción política, de estar entretenidxs con chuminadas cuando tendríamos que haber estado organizando nuestra solidaridad y empatía. Porque ya no existe ni un solo espacio neutral en ningún sitio: la Justicia está controlada por la derecha; los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado están repletos de militantes de partidos de ultraderecha; el propio funcionamiento de las redes sociales prioriza el contenido de extrema derecha frente al de izquierdas; las tertulias de los medios de comunicación mayoritarios están tomadas por voceros de la ultraderecha que ya no se sonrojan a la hora de alabar públicamente la dictadura franquista y a su reverberación contemporánea; los medios nacidos al calor del dinero público repartido por los gobiernos locales y regionales para comprar espacios y manipular a la opinión pública; un sistema educativo público al que han dejado morir para así favorecer a la educación privada que es, por definición, una herramienta de transmisión de las ideas de quien la posee (aquí puedes leer con nula sorpresa que 18 de las 39 universidades privadas que hay en España son religiosas y que recibieron más de 50 millones de euros en subvenciones en 2023).
La respuesta más elaborada sería: hay que hacerlo todo, sabiendo que los resultados no se verán hasta dentro de una o deos generaciones –quién sabe, quizás 25 años–. Porque yo sí me acuerdo de crecer en un ambiente donde los skinheads nazis eran minoritarios, donde los políticos se cortaban a la hora de expresar su xenofobia en público, donde no existía la Ley Mordaza, donde parecía que la Justicia estaba más equilibrada entre la izquierda y la derecha. No lo he tenido que leer, me acuerdo. Y quizás digas que lo que estamos viviendo responde únicamente a esta teoría de los ciclos, que asegura que tras un período progresista –si acaso Obama puede ser considerado como tal, no sé si me explico– le sigue un período reaccionario, que no hay por qué preocuparse, que nuestros privilegios están asegurados. Si acaso tienes esa tentación, dale al play y escucha con atención esta entrevista, aunque sea larga:
Como no podemos renunciar a nuestro papel de ciudadanos –lo siento, no votar no es renunciar a esa condición–, debemos, al menos, dedicar parte de nuestro tiempo a conocer la realidad, a escuchar, a pensar y a aplicar todo eso mediante acciones. Está todo ahí: libros, documentales, testimonios, entrevistas, publicaciones underground, mainstream, todos los soportes. Nuestra primera victoria tiene que ser contra el propio cansancio. Vivimos vidas donde el trabajo –el que lo tenga–, lo ocupa todo y donde no podemos disfrutar ni de un dinero que compense el esfuerzo ni de un tiempo que nos permita desarrollar nuestras capacidades, especialmente la capacidad crítica. Sin embargo, nuestra manera de revelarnos contra esa injusticia sistémica tan aceptada, tan naturalizada, no puede ser la desidia. Por poco que hagamos, hagamos algo. Y quizás conviene recordar que es mejor hacerlo con gente, que solxs no vamos a llegar a ningún sitio, que la promesa individualista es sólo una trampa más del relato turbocapitalista para tenernos hastiados a perpetuidad.
Y aquí entra de lleno la amistad, la empatía, el compañerismo, la unión, la solidaridad y la paciencia. Esto es una carrera de fondo tan larga como nuestra propia vida, pero necesitamos recordarnos a nosotrxs mismxs que el resultado merecerá la pena. Y sí, no hay una lucha perfecta ni limpia ni nadie que la haya emprendido sale intactx, pero lo que no podemos aceptar como opción válida es no hacer nada. Debemos olvidar tantos años de la doctrina del “pero para qué vas a hacer nada si no se puede cambiar la realidad” y reprogramarnos, empezando por el principio. Y el principio es no ser equidistantes, no ser neutrales, no ser ambiguxs. Esto, a pesar de lo que alguna gente sostiene, no implica ser confrontativxs, sino construir espacios donde se garantice la protección de las personas más desfavorecidas, priorizar el bien común frente al beneficio individual y no contribuir a la toxicidad del debate púbico. Aceptemos la derrota desde el principio: no partimos desde 0, sino desde -1.000. Pero es ahí, en el subsuelo, donde se colocan los pilares de cualquier edificio. Es esta cimentación la que soporta las fuerzas de compresión y flexión, transmitiendo todas las cargas de la estructura a la base. Es la única opción que nos han dejado y no van a estar mirando mientras nos organizamos.
A Silent play in the shadow of power
A spectacle monopolized
The camera's eyes on choice disguised
It has to start somewhere, it has to start sometime
What better place than here, what better time than now?
All hell can't stop us now